El autor del best seller “Padre rico, padre pobre” es hijo de un director de escuela que lo formó en la austeridad y el esfuerzo, pero tuvo también un papá “postizo” mucho menos educado que, sin embargo, supo enseñarle cómo ganar dinero
NUEVA YORK.- La entrevista con Robert Kiyosaki –autor del best seller internacional Padre rico, padre pobre (Aguilar)– debe interrumpirse en la mitad de una respuesta.
“Tengo a Donald Trump en mi celular –explica, afligido–. Ya somos amigos, pero no tengo aún tanta confianza como para pedirle que me llame después; me disculpas, ¿no?”
La honestidad de Kiyosaki tiene algo de conmovedora. Aún cuando sabe que las cosas que dice pueden chocar (”hay que pagarse primero a uno y después a sus empleados”, “estudia, trabaja y ahorra es un mal consejo” “hay que pagar los impuestos a último momento”, “soy millonario y tengo una mujer bellísima, ¿qué más puedo pedir?), al menos está claro que no inventa ninguna pose seudoespiritual. Para él, la felicidad está en lo material, y su receta podrá no ser para todos, pero quien quiera ser rico cueste lo que cueste posiblemente haga bien en escucharlo. Después de todo, es lo que millones de personas en todo el mundo están haciendo a partir de sus libros, conferencias, cursos y videos.
Robert Kiyosaki nació en Hawai, en una familia de origen japonés que emigró a EE.UU. Su padre biológico, un hombre altamente educado que luego de completar su doctorado, llegó a ser director de escuelas de Hawai y le dio siempre los consejos tradicionales para la vida. Básicamente. “Ve a la escuela y esfuérzate, trabaja duro y ahorra.”
Pero según Kiyosaki esto no es lo que los padres ricos enseñan a sus hijos –y él lo sabe porque tuvo la suerte de tener, además, un segundo padre que le enseñó lo contrario.
Este padre postizo, en realidad el papá de un amigo de la escuela que lo tomó bajo sus alas, ni terminó la secundaria, pero lo entrenó en temas de dinero. Y mientras su “papá educado” murió pobre y amargado, su “papá rico” vivió como el millonario más poderoso de las islas, feliz y dejando una herencia importante a su familia y a distintas instituciones de caridad.
En un alto en su gira de conferencias junto al magnate de la construcción Donald Trump por distintos puntos de EE.UU. –con quien publicará un libro este fin de año– Kiyosaki dialogó con La Nacion sobre sus mensajes para los ricos del mañana.
–¿Que tiene de malo estudiar, trabajar y ahorrar?
–Que los padres ricos no enseñan a sus hijos a pensar así. No les dicen que trabajen para ganar dinero, sino que hagan que el dinero trabaje para ellos. En vez de ahorrar, hay que invertir fundando compañías, en la bolsa o bienes raíces para multiplicar el dinero. No poner todas las ganancias en una casa o un auto para uso propio, como hacen los pobres y la clase media, sino hacer que ese dinero rinda frutos, y recién con las ganancias quizá comprarse algo. Y después, en la escuela, la idea que te meten en la cabeza (lo mismo que en el trabajo) es la especialización: para ganar más dinero o recibir una promoción hace falta, dicen, ser muy bueno en algo específico. Mi papá pobre pensaba así y estaba feliz cuando consiguió su doctorado. Mi padre rico me presionó para hacer exactamente lo contrario. “Hay que saber un poquito de muchas cosas”, dijo, porque sino eventualmente serás estafado por algún lado. Por eso, por muchos años, trabajé en distintas áreas de sus compañías: fui desde obrero de la construcción hasta miembro del directorio y aprendí los problemas, las ambiciones y también el dialecto de cada esfera.
–¿Y no está mal “pagarse a uno mismo antes que al Estado o a sus empleados”, como le aconsejó su padre rico?
–No digo no pagar, pero mira esta diferencia: mi padre pobre pagaba a sus empleados, acreedores y al fisco el primero de cada mes, y luego se pagaba a sí mismo con lo que quedaba, que en general no era nada. Mi padre rico se pagaba a sí mismo ante todo. Si no tenía dinero suficiente para pagarse a él y a los demás después, igual empezaba por pagarse a sí mismo, lo usaba como motivación. Como sabía que si no les pagaba, el fisco y sus acreedores iban a venir tras él con furia, usaba el temor que eso le daba para ejercitar el cerebro. Lo obligaba a inventar nuevos negocios, a trabajar más duro, invertir en la bolsa, quedarse horas extras… Si se hubiese pagado a él mismo al final, como mi papá pobre, no habría tenido presiones, pero habría quebrado.
–¿Qué es lo más importante para triunfar en el mundo de los negocios?
–Saber de ventas y de marketing. Es la habilidad de vender –de comunicarse de manera efectiva con otros, un cliente, empleado, jefe, mujer o hijo– la base del éxito personal. Hay que saber hablar, escribir y negociar, por eso soy un entusiasta de los cursos y libros que enseñan sobre el tema, aunque sea tan fácil mirarlos despectivamente. Cierta vez, de gira por Singapur, una joven reportera me dijo que su sueño era ser autora de best-sellers como yo. Tenía la pasta: sus artículos eran duros y claros, llenos de ideas originales. Pero me dijo que ninguna editorial compraba su proyecto. Entonces yo le dije que abandonase por un tiempo el diario, se pusiese a trabajar en una agencia de publicidad y se anotase en un curso para ser buen vendedor. Quedó horrorizada. Dijo que ella nunca se rebajaría a eso, que era una escritora, una intelectual, no una vendedora de zapatos. Sin embargo, de esa manera hubiese aprendido a comunicarse con las frases cortas que captan la atención de los editores y se hubiese entrenado en relaciones públicas, una destreza fundamental. Y por la noche, o los fines de semana, podría haber trabajado en su gran novela. No lo hizo, y que yo sepa su libro nunca se publicó.
–¿El talento no basta?
–Una vez le pregunté a un grupo de alumnos quién sabía hacer una hamburguesa más rica que la de McDonald’s. Casi todos levantaron la mano. Bueno, si hacer una buena hamburguesa es un talento, ¡el mundo está lleno de gente talentosa! Pero muchas veces los talentosos son pobres y tienen problemas económicos no por lo que saben, sino por lo que no saben. Se concentran en hacer la mejor hamburguesa –o el mejor libro, como la periodista de Singapur– en vez de en vender y distribuir el producto. Mc Donald’s puede no cocinar la mejor hamburguesa, pero es insuperable en vender y distribuir la hamburguesa básica.
–¿Cómo vender bien un libro?
–Con un buen título. Cuando saqué mi primer libro, “Si quiere ser rico y feliz no vaya a la escuela”, un editor me sugirió que titulara “La economía de la educación”. Yo le respondí que con ese nombre iba a vender dos libros: uno a mi familia y uno a mi mejor amigo. ¡Y encima no les iba a poder cobrar! El título “Si quiere ser rico y feliz no vaya a la escuela” puede ser pedante y desagradable, pero yo sabía que me iba a conseguir toneladas de publicidad.
–¿Qué es lo más difícil de manejar en una compañía?
–De joven me anoté en la marina. Mi papá pobre creyó en lo que le dije: que quería aprender a volar. La realidad la sabía mi papá rico: quería aprender a liderar tropas, porque él siempre decía que lo más difícil de una compañía es manejar a la gente.
–OK, he decidido ser rico: ¿qué hago?
–Cuando era pequeño mi padre rico me dijo: “Empieza por dejar de ser un analfabeto financiero”. Así que recomiendo aprender sobre el tema. Luego, nunca nadie será realmente rico como empleado. A veces conviene mantener el trabajo que uno tiene, al menos al principio, pero ir poniendo el dinero que se gana a trabajar para nosotros. Y cuando haya que dar el gran salto, la gente inteligente es la que contrata gente más inteligente que ella para trabajar. Siempre me sorprende que se deje un 10 o 15 por ciento de propina en un restaurante aún cuando le sirvieron pésimo y en cambio no se quiera pagar un buen profesional que lo asesore.
–¿Y si sus lecciones no evitan perder?
–¿Sabes dónde perdí mucha, mucha plata? ¡En la Argentina! Con una empresa que buscaba petróleo en Córdoba, que no funcionó. Igual, me divertí, y eso es lo fundamental. La mayor parte de la gente nunca gana porque tiene miedo de perder. Eso es lo que me parece, también, tan tonto de la escuela. En el aula nos enseñan que los errores son algo malo. Y los ganadores no tienen miedo a perder. Ese es su mayor secreto. Odian perder, pero no temen perder, que es algo muy distinto. La gente que evita el fracaso también evita el éxito. Además, hay que empezar temprano. Mi papá rico decía que lo mejor es fundirse por primera vez antes de los 30 años, así uno tiene tiempo de recuperarse.
–Si tuviese que dejarnos una sola enseñanza, ¿cuál sería?
–Mi padre rico, cuando estaba en las malas, igual daba a la iglesia o a su institución de caridad favorita. Si pudiese transmitir una sola idea, sería ésa. Cuando uno está corto de dinero, o siente la necesidad de algo, lo mejor es dárselo a los demás y volverá a uno en caudales. Esto es verdad para el dinero, pero también para la amistad y el amor. Creo mucho en el principio de reciprocidad. Yo quiero dinero, así que doy dinero y el dinero vuelve a mí multiplicado. Así funciona todo. El mundo es un espejo de nosotros mismos.
–¿Volverá a la Argentina?
–¡Claro! Quiero conocer un poco más el país. Cuando fui era exclusivamente por trabajo y no la recorrí. En la Argentina no hice buenos negocios, pero es todo parte del juego y volveré con una sonrisa.
Por Juana Libedinsky
Extraido de http://www.lanacion.com.ar
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