La Asamblea de los pájaros: Todas las aves del mundo se reúnen en una asamblea. Entonces, se dice que los países del mundo tienen rey. Pero el reino de los pájaros no tiene el suyo. Por eso, una de las aves, un Coronado, iniciada en la sabiduría divina indica el camino, un largo viaje que puede conducir a los pájaros hasta el sitio donde les espera su rey. Y entonces miles de aves emprenden su vuelo hacia el Simurgh, el Rey de los Pájaros. Pero lo que no saben es que...
“Por años los pájaros viajaron sobre montañas y valles, y gran parte de su vida la invirtieron en volar en este viaje. Pero ¿cómo es posible relatar lo que les pasó?
Tendríamos que haber ido con ellos y vivir por nosotros mismos sus dificultades, y seguirlos por el camino interminable. Sólo así podríamos saber lo que estos pájaros sufrieron. Al final, sólo una pequeña parte de la gran compañía llegó al sublime lugar a donde el Coronado las había guiado. De las miles de aves, apenas sí quedaron algunas. Muchas se perdieron en el océano; otras perecieron en la cima de las montañas torturadas por la sed. A otras se les quemaron las alas por el calor del sol; otras fueron devoradas por tigres y panteras; otras murieron de fatiga en los desiertos, sus picos se quebraron y su cuerpo se secó con el calor; otras enloquecieron y se mataron unas a otras por un grano de cebada; otras, debilitadas y sufriendo por sus heridas, quedaron tiradas en el camino sin poder continuar; otras, aturdidas por lo que veían, se fueron quedando aquí y allá, estupefactas; y muchas que habían comenzado el viaje por satisfacer su curiosidad, perecieron con la idea de que habían llegado al final. Así que de aquellas miles de aves, sólo treinta terminaron el viaje. E incluso éstas llegaron aturdidas, golpeadas, cansadas y sin plumas ni alas. Pero ahora están a la puerta de su Majestad en un estado que no se puede describir y en una esencia que no se puede comprender, porque ese Ser está más allá de la razón y del entendimiento humanos. Entonces fueron llenadas de luz, y cientos de mundos se consumieron en un momento. Vieron miles de soles, unos más brillantes que los otros, miles de estrellas y de lunas de igual belleza, y viendo todo ello se agitaron y, asombradas en una danza como la del polvo de los átomos, gritaron: “¡Oh! tú, que eres más radiante que el sol! ¡Tú, que has reducido al sol en un átomo! ¿Cómo podemos aparecer ante ti? ¿Dé qué nos sirve ahora todo el sufrimiento del camino? Hemos renunciado a nosotros mismos y a todo, no podemos obtener nada por lo que hemos luchado. Aquí, poco importa si existimos o no.
Luego de mucho tiempo de espera, las aves comenzaron a sentir desesperación y confusión. Hasta que, por fin, una puerta se abrió de pronto y salió uno de los nobles chambelanes de Su Majestad Suprema. Los miró, y observó que de los miles de pájaros, sólo treinta habían llegado.
Les dijo: “Bien, oh! aves, ¿De dónde venís y qué es lo que hacéis aquí? ¿Cuál es vuestro nombre? Oh!, tú, que has dejado todo, ¿dónde está tu casa? ¿Cómo te llaman en el mundo? ¿Qué se puede hacer con un débil montón de polvo como tú? “Hemos venido, dijeron los pájaros, para rendir pleitesía a nuestro Rey Simurgh. Por el amor y el deseo de Él, hemos perdido nuestra razón y la paz de nuestras mentes. Hace mucho tiempo, cuando emprendimos este largo viaje, éramos miles. Sólo hemos llegado hasta este sublime lugar treinta. No podemos creer que el Rey quisiera burlarse de nosotros después de tanto sufrimiento como hemos tenido que pasar. Ah ¡no! ¡Él no puede mirarnos más que con el ojo de la benevolencia!
El Chambelán replicó: “Oh! vosotros, cuyos corazones y mentes están confundidos, a pesar de que vosotros existáis o no en el universo, el Rey tendrá a su ser siempre en la eternidad. Miles de mundos de criaturas no son más que hormigas a su puerta. No traéis más que quejas y lamentos. Regresad por donde habéis venido, oh! vil montón de tierra!”
En esto, las aves se quedaron petrificadas de asombro. Cuando regresaron en sí se dijeron: “¿Por qué este gran Rey nos ha rechazado tan ignominiosamente? Y si en realidad su actitud hacia nosotros no ha de cambiar, ¿por qué no lo hace con honor?”
Pero, luego, la inicial indignación de las aves se trocó en hondo amor. Y entonces dijeron:
“...¿Cómo puede salvarse una polilla del abrazo de la flama que desea alcanzar la unidad? El amigo que buscamos se contentará permitiéndonos unirnos a él. Si nos rechaza ahora, ¿qué es lo que puede hacer por nosotros? Somos como la polilla que desea unirse a la flama del candil. Ellas le pidieron que no se sacrificara tontamente, pero la polilla les agradeció el consejo y les dijo que su corazón lo único que deseaba era unirse a la flama para siempre, no importaba nada más.
“Entonces el Chambelan, habiéndolos examinado, abrió la puerta e hizo a un lado cientos y cientos de cortinas, una detrás de otra, y un mundo que estaba más allá del velo fue revelado. La luz de las luces fue manifestada, y cada uno de ellos se sentaron en el masnad, el asiento de la Majestad y la Gloria. Se les dio un escrito que debían leer; y leyéndolo y ponderándolo fueron capaces de comprender su estado. Cuando estuvieron completamente en paz y apartados de todas las cosas, se dieron cuenta de que el Simurgh estaba ahí con ellos, y que para ellos comenzaba una nueva vida al lado del Simurgh. Todo lo que tuvieron que hacer fue lavarse de todo lo anterior. El sol de la Majestad emanó poderoso sus rayos, y en el reflejo de cada uno estaban los rostros de Simurgh en el mundo interior. Todo era tan asombroso que ya no sabían si eran ellos mismos o si se habían convertido en el Simurgh. Al final, en un estado de contemplación, se percataron de que ellos eran Simurgh y que Simurgh era las treinta aves. Cuando veían al Simurgh, se veían a sí mismas, y eran el verdadero Simurgh que habían sido, y cuando volteaban sus ojos a sí mismas, veían al Simurgh, porque ellas mismas eran el Simurgh. Y percibiéndose a la vez, ellas y Él, se dieron cuenta de que el Simurgh y ellas eran el mismo y único Ser. Nunca nadie en el mundo oyó nada igual a esto.
Entonces entraron en meditación, y después de un momento preguntaron al Simurgh, sin usar sus lenguas, si les podía revelar el secreto de la pluralidad y la unidad de los seres. El Simurgh, sin usar el habla, les dijo: “El sol de la Majestad es un espejo. El que se ve en él ve a su alma y a su cuerpo, y los ve por completo. Como habéis llegado hasta aquí como treinta aves (si-murgh), os miráis como treinta aves en este espejo. Si hubieran venido cuarenta o cincuenta, hubiera sucedido lo mismo. Y aunque ahora habéis cambiado, en este espejo os véis como antes.
“¿Puede la vista de una hormiga alcanzar a ver las Pléyades? ¿Puede este insecto levantar una viga? ¿Se ha visto a un mosquito picar a un elefante? Todo lo que habéis conocido, todo lo que habéis oído, no existen más. Cuando cruzastéis los Valles del Sendero Espiritual, y cuando hicistéis buenas obras, fue por mi acción; así fuistéis capaces de ver los valles de mi esencia y mis perfecciones. Vosotros, que sois sólo treinta aves, hicistéis bien en sufrir, en asombraros y en impacientaros. Porque yo no soy más que treinta aves. Y soy la verdadera esencia del verdadero Simurgh. Aniquilaros vosotros mismos gloriosamente y con gozo dentro de mí, y en mí os encontraréis a vosotros mismos”.
Entonces las aves se perdieron a sí mismas para siempre en el Simurgh, la sombra se perdió en el sol, y eso fue todo.
Autor: Farid Ud-Din Attar
“Por años los pájaros viajaron sobre montañas y valles, y gran parte de su vida la invirtieron en volar en este viaje. Pero ¿cómo es posible relatar lo que les pasó?
Tendríamos que haber ido con ellos y vivir por nosotros mismos sus dificultades, y seguirlos por el camino interminable. Sólo así podríamos saber lo que estos pájaros sufrieron. Al final, sólo una pequeña parte de la gran compañía llegó al sublime lugar a donde el Coronado las había guiado. De las miles de aves, apenas sí quedaron algunas. Muchas se perdieron en el océano; otras perecieron en la cima de las montañas torturadas por la sed. A otras se les quemaron las alas por el calor del sol; otras fueron devoradas por tigres y panteras; otras murieron de fatiga en los desiertos, sus picos se quebraron y su cuerpo se secó con el calor; otras enloquecieron y se mataron unas a otras por un grano de cebada; otras, debilitadas y sufriendo por sus heridas, quedaron tiradas en el camino sin poder continuar; otras, aturdidas por lo que veían, se fueron quedando aquí y allá, estupefactas; y muchas que habían comenzado el viaje por satisfacer su curiosidad, perecieron con la idea de que habían llegado al final. Así que de aquellas miles de aves, sólo treinta terminaron el viaje. E incluso éstas llegaron aturdidas, golpeadas, cansadas y sin plumas ni alas. Pero ahora están a la puerta de su Majestad en un estado que no se puede describir y en una esencia que no se puede comprender, porque ese Ser está más allá de la razón y del entendimiento humanos. Entonces fueron llenadas de luz, y cientos de mundos se consumieron en un momento. Vieron miles de soles, unos más brillantes que los otros, miles de estrellas y de lunas de igual belleza, y viendo todo ello se agitaron y, asombradas en una danza como la del polvo de los átomos, gritaron: “¡Oh! tú, que eres más radiante que el sol! ¡Tú, que has reducido al sol en un átomo! ¿Cómo podemos aparecer ante ti? ¿Dé qué nos sirve ahora todo el sufrimiento del camino? Hemos renunciado a nosotros mismos y a todo, no podemos obtener nada por lo que hemos luchado. Aquí, poco importa si existimos o no.
Luego de mucho tiempo de espera, las aves comenzaron a sentir desesperación y confusión. Hasta que, por fin, una puerta se abrió de pronto y salió uno de los nobles chambelanes de Su Majestad Suprema. Los miró, y observó que de los miles de pájaros, sólo treinta habían llegado.
Les dijo: “Bien, oh! aves, ¿De dónde venís y qué es lo que hacéis aquí? ¿Cuál es vuestro nombre? Oh!, tú, que has dejado todo, ¿dónde está tu casa? ¿Cómo te llaman en el mundo? ¿Qué se puede hacer con un débil montón de polvo como tú? “Hemos venido, dijeron los pájaros, para rendir pleitesía a nuestro Rey Simurgh. Por el amor y el deseo de Él, hemos perdido nuestra razón y la paz de nuestras mentes. Hace mucho tiempo, cuando emprendimos este largo viaje, éramos miles. Sólo hemos llegado hasta este sublime lugar treinta. No podemos creer que el Rey quisiera burlarse de nosotros después de tanto sufrimiento como hemos tenido que pasar. Ah ¡no! ¡Él no puede mirarnos más que con el ojo de la benevolencia!
El Chambelán replicó: “Oh! vosotros, cuyos corazones y mentes están confundidos, a pesar de que vosotros existáis o no en el universo, el Rey tendrá a su ser siempre en la eternidad. Miles de mundos de criaturas no son más que hormigas a su puerta. No traéis más que quejas y lamentos. Regresad por donde habéis venido, oh! vil montón de tierra!”
En esto, las aves se quedaron petrificadas de asombro. Cuando regresaron en sí se dijeron: “¿Por qué este gran Rey nos ha rechazado tan ignominiosamente? Y si en realidad su actitud hacia nosotros no ha de cambiar, ¿por qué no lo hace con honor?”
Pero, luego, la inicial indignación de las aves se trocó en hondo amor. Y entonces dijeron:
“...¿Cómo puede salvarse una polilla del abrazo de la flama que desea alcanzar la unidad? El amigo que buscamos se contentará permitiéndonos unirnos a él. Si nos rechaza ahora, ¿qué es lo que puede hacer por nosotros? Somos como la polilla que desea unirse a la flama del candil. Ellas le pidieron que no se sacrificara tontamente, pero la polilla les agradeció el consejo y les dijo que su corazón lo único que deseaba era unirse a la flama para siempre, no importaba nada más.
“Entonces el Chambelan, habiéndolos examinado, abrió la puerta e hizo a un lado cientos y cientos de cortinas, una detrás de otra, y un mundo que estaba más allá del velo fue revelado. La luz de las luces fue manifestada, y cada uno de ellos se sentaron en el masnad, el asiento de la Majestad y la Gloria. Se les dio un escrito que debían leer; y leyéndolo y ponderándolo fueron capaces de comprender su estado. Cuando estuvieron completamente en paz y apartados de todas las cosas, se dieron cuenta de que el Simurgh estaba ahí con ellos, y que para ellos comenzaba una nueva vida al lado del Simurgh. Todo lo que tuvieron que hacer fue lavarse de todo lo anterior. El sol de la Majestad emanó poderoso sus rayos, y en el reflejo de cada uno estaban los rostros de Simurgh en el mundo interior. Todo era tan asombroso que ya no sabían si eran ellos mismos o si se habían convertido en el Simurgh. Al final, en un estado de contemplación, se percataron de que ellos eran Simurgh y que Simurgh era las treinta aves. Cuando veían al Simurgh, se veían a sí mismas, y eran el verdadero Simurgh que habían sido, y cuando volteaban sus ojos a sí mismas, veían al Simurgh, porque ellas mismas eran el Simurgh. Y percibiéndose a la vez, ellas y Él, se dieron cuenta de que el Simurgh y ellas eran el mismo y único Ser. Nunca nadie en el mundo oyó nada igual a esto.
Entonces entraron en meditación, y después de un momento preguntaron al Simurgh, sin usar sus lenguas, si les podía revelar el secreto de la pluralidad y la unidad de los seres. El Simurgh, sin usar el habla, les dijo: “El sol de la Majestad es un espejo. El que se ve en él ve a su alma y a su cuerpo, y los ve por completo. Como habéis llegado hasta aquí como treinta aves (si-murgh), os miráis como treinta aves en este espejo. Si hubieran venido cuarenta o cincuenta, hubiera sucedido lo mismo. Y aunque ahora habéis cambiado, en este espejo os véis como antes.
“¿Puede la vista de una hormiga alcanzar a ver las Pléyades? ¿Puede este insecto levantar una viga? ¿Se ha visto a un mosquito picar a un elefante? Todo lo que habéis conocido, todo lo que habéis oído, no existen más. Cuando cruzastéis los Valles del Sendero Espiritual, y cuando hicistéis buenas obras, fue por mi acción; así fuistéis capaces de ver los valles de mi esencia y mis perfecciones. Vosotros, que sois sólo treinta aves, hicistéis bien en sufrir, en asombraros y en impacientaros. Porque yo no soy más que treinta aves. Y soy la verdadera esencia del verdadero Simurgh. Aniquilaros vosotros mismos gloriosamente y con gozo dentro de mí, y en mí os encontraréis a vosotros mismos”.
Entonces las aves se perdieron a sí mismas para siempre en el Simurgh, la sombra se perdió en el sol, y eso fue todo.
Autor: Farid Ud-Din Attar
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